En un país donde las elecciones se han convertido en campos de batalla ideológica y emocional, una verdad incómoda se asoma entre consignas y encuestas: la gente no vota solo por ideas, vota desde su historia, su experiencia y su herida. Pensamos como vivimos. Y en tiempos difíciles, también votamos como resistimos.
Lejos de ser un fenómeno irracional, la polarización política responde a vivencias concretas: miedo, desigualdad, exclusión, abandono. No se puede entender el rechazo visceral a una propuesta o el fervor por una figura política sin mirar primero el territorio emocional y social desde donde se posiciona cada ciudadano. Pero, ¿hay forma de entendernos sin anularnos? ¿Puede una cultura ancestral ofrecernos claves para desentrampar esta conversación rota?
El conocimiento no es neutro: es vivencia
La sabiduría del pueblo aymara nos recuerda algo fundamental: el pensamiento nace de la experiencia. No se piensa desde la nada ni desde una supuesta objetividad ilustrada. Se piensa desde el ayllu, la tierra, la memoria y la necesidad. Es por eso que las decisiones políticas no son simples actos racionales, sino gestos de afirmación identitaria, de defensa, a veces de supervivencia.
Mientras el discurso dominante suele dividir a los electores entre “informados” e “ignorantes”, la visión aymara introduce otra posibilidad: todos sabemos algo desde lo que hemos vivido. Así, una persona que ha sido históricamente ignorada por el Estado no vota con ingenuidad, sino con memoria. Otra que ha encontrado progreso en un modelo económico concreto no defiende una ideología, sino una forma de vida que siente amenazada.
La polarización como síntoma de una fractura más profunda
El problema no es que pensemos distinto. El problema es que ya no sabemos dialogar desde esas diferencias. En vez de reconocer al otro como alguien con un camino distinto, lo vemos como enemigo, como obstáculo.
La lógica política dominante ha sustituido el disenso constructivo por una guerra de trincheras. Pero la cosmovisión aymara ofrece otra ruta: la complementariedad. En lugar de imponer una verdad única, se busca el equilibrio entre dualidades: lo masculino y lo femenino, lo visible y lo invisible, lo ancestral y lo nuevo. Es la ética del chacha-warmi, aplicada no solo a la vida familiar, sino también al pensamiento político.
Recuperar el diálogo desde el suma qamaña
Frente al odio político y la manipulación emocional, la idea del suma qamaña -el buen vivir- aparece como una alternativa. No se trata de un eslogan vacío, sino de una propuesta ética y política que prioriza el bienestar colectivo, la armonía con la naturaleza y la justicia relacional. En lugar de competir por el poder, el suma qamaña invita a compartir responsabilidades, reparar vínculos y construir comunidad.
Esa visión podría ser clave en tiempos donde la desconfianza lo domina todo. Tal vez no necesitamos más líderes que hablen fuerte, sino más voces que escuchen profundo.
Pensar, resistir, vivir
No es casual que las comunidades aymaras, a pesar de siglos de colonización y exclusión, buscan manetener viva su lengua, sus prácticas y sus formas de gobierno propio. En cada decisión política que toman -sea en una asamblea comunal o en una elección nacional- hay una forma de resistencia, de afirmación y de visión del mundo.
Por eso, no es exagerado decir que pensamos como vivimos y votamos como resistimos. Comprenderlo puede cambiar no solo la forma en que analizamos la política, sino también cómo reconstruimos una convivencia democrática que ya no puede seguir basándose en el desprecio mutuo.
Quizá ha llegado el momento de mirar hacia lo que ignoramos durante demasiado tiempo. No para romantizarlo, sino para aprender. Porque tal vez -solo tal vez- la salida a nuestra polarización no está en más ideología, sino en más sabiduría.
Alianza Mundial Aymara
Fundación – Sociedad
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