La traición en la política es un fenómeno arraigado en nuestra sociedad desde tiempos inmemoriales. Desde que el hombre recurrió a la política para establecer un orden social, se percató del gran poder que conllevaba, especialmente en la capacidad de decidir por aquellos sin voz, marginados y desinteresados en contribuir al desarrollo comunitario debido al individualismo y el egoísmo.

Resulta desolador observar cómo actúa el círculo cercano de quienes ostentan cargos políticos, a menudo llevando a cabo sus acciones con tal maestría que resulta difícil encontrar pruebas que evidencien sus actos. Y ¿a quién perjudican realmente? A la gallina de los huevos de oro, es decir, al líder en el poder, quien quizás ejerce sus funciones de manera más honesta, pero son sus allegados quienes manipulan los hilos del poder en su beneficio. Lo peor de todo es que, en última instancia, el líder, que confió en ellos y les dio oportunidades, termina siendo sacrificado por acciones que no cometió, o que, incluso, intentó detener.

El mundo de la política es un terreno tanto hermoso como cruel. Cuando estás en la cúspide, eres adorado; cuando caes, eres repudiado; cuando ocupas cargos intermedios, eres desplazado; cuando no eres nada, eres despreciado. Parece que, por experiencia propia, la gente también adopta el comportamiento de aferrarse a quien les beneficia en el momento, cambiando de lealtades a conveniencia.

Lo que quiero decir, es que, la política se convierte en un juego de intereses donde nadie hace lo que debería y todos buscan culpables o se arrogan la verdad absoluta. La verdad, sin embargo, reside en las acciones, no en las palabras. Como dijo un político hace diez décadas: “Antes de palabras, demostremos hechos, porque solo así el pueblo sabrá que quien gobierna es justo”.

Juan Carlos Hernández
Periodista
Director General Diario El Nortino